Caballero Don Dinero

¡Qué tristeza da comprobar, en nuestro día a día, que todo pasa de manera única y exclusiva, por el dinero!

La nueva ley de contratación con la Administración prima el aspecto económico sobre cualquier otro criterio técnico, de experiencia o de valor añadido que pueda aportar la empresa proveedora. Y esto no debería ser así. Se está usando el dinero público para aportar a la sociedad un producto o servicio de calidad. Calidad es lo que se nos exige a las empresas, pero lo bueno, bonito y barato, no existe. Si bajamos los precios «para llevarnos el contrato», por algún sitio se sale perdiendo. La calidad tiene un precio y la Administración debería dar ejemplo en ello, puesto que después se llena la boca al hablar de la obligación que tienen en administrar correctamente el dinero público. Pero la correcta administración del dinero, no significa tener que ir a lo más barato, por ser lo más barato.

¡Cuán consabida es la frase de que «lo barato sale caro»! A todos se les llena la boca diciéndola una y otra vez, sin embargo, nunca aprendemos. Hace poco llamé a un pequeño editor quien me decía que habían digitalizado su publicación con otra empresa hace ya algún tiempo. Sin embargo, él consideraba que les habían estafado. No me dio detalles, pero pude deducir por la conversación que no le habían hecho un trabajo de calidad, puesto que a renglón seguido me reconoció que el trabajo que les habían hecho, no lo habían utilizado nunca, por no reunir un mínimo de condiciones. ¿Qué ocurrirá ahora? Esperemos que nos acaben contratando y de este modo podamos demostrar que en el mercado existimos empresas que damos calidad, que no estafamos, que cuidamos a nuestros clientes, y que lo único que deseamos es ofrecer un servicio cada día mejor.

Recurrir al precio como único criterio provoca, además, que nos convirtamos en un país de mediocres, que la contratación se convierta en un sorteo de lotería y que cada día importe menos cómo y cuándo tenemos finalizado nuestro trabajo. Si a esto le añadimos que los distintos servicios de contratación de la Administración, te «echan atrás» si has trabajado ya con esa Administración más de dos o tres años, el cóctel está servido.

¿Dónde queda, pues, el esfuerzo por fidelizar al cliente? ¿Qué necesidad hay de cuidar a quien nos da de comer? Con estos dos parámetros, la propia Administración está creando una bomba de relojería que tarde o temprano, dejará al descubierto la mediocridad con la que se ha actuado en la contratación externa.

Hace pocas semanas, nos presentamos a un concurso en modalidad de «contrato super simplificado». Concurrimos siete empresas. De las siete, sólo nosotros cruzamos media España para conocer el fondo a digitalizar. Las otras seis, ni se movieron de sus oficinas. Me dijeron: «no ha venido nadie al archivo y sólo ha habido un par de llamadas a Contratación». Esas llamadas fueron nuestras, de Imthe, puesto que llamamos dos veces para consultar unas dudas de carácter administrativo. ¿Qué ocurrió? Quedamos los segundos y quien ganó, lo hizo porque tuvo la gran suerte de ir 1.000 € más baratos que nosotros, sobre un proyecto de más de 30.000 € de importe de licitación. ¿Nos pidieron memoria técnica? No. ¿solicitaron experiencia de la empresa? No. ¿se nos exigió un determinado tipo de escáner? Tampoco. ¿Preguntaron por la experiencia del personal de la empresa? ¡¡¡No, nunca, jamás!!! Sólo nos pidieron cinco anexos: dos declaraciones responsables, alta de terceros, oferta económica y mejoras.

Así vamos, así nos va, y llegará el día en que nos echaremos las manos a la cabeza porque nos daremos cuenta que Don Dinero no lo es todo y que lo que realmente importa es invertir en trabajos bien hechos, valorando la experiencia, las mejoras, y tantos y tantos aspectos técnicos que son fundamentales en nuestro negocio, como en otros muchos. Podría aportar pruebas de cuántas chapuzas se hacen aprovechándose de la buena fe y de la poca formación técnica de los clientes, a fin de abaratar los proyectos sin importar que aquel trabajo esté bien hecho o no. Además de un trabajo mal hecho, es un fraude a la sociedad, y un engaño, para -aprovechándose de la ignorancia del cliente- colarle gato por liebre.

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